SANGRE HERÉTICA

Sangre herética



Mi objetivo brillaba para mí como un faro fosforescente en la oscuridad, entre las luces de la gran ciudad. Tres saltos más y estaría en la azotea del rascacielos de enfrente. Tenía una vista precisa de los ventanales tras los cuales se movía, creyéndose a salvo entre las sombras de su apartamento de alto standing. Mi amo me había prevenido: «Guárdate del astuto hechicero. Eres inmune a la magia, pero no lo subestimes ».
Me relamí los colmillos contemplando el resplandor de las velas en la estancia contigua. ¿Un pentáculo? Bah. ¿A qué esperar? Tensé los músculos para el salto definitivo y atravesé el ventanal con estrépito de esquirlas de vidrio. Su encantamiento de protección evitó que resultara herido, pero lo desactivó en cuanto posé mis cuartos traseros sobre su moqueta de lana.
—Te esperaba, demonio —dijo con una superioridad que estaba lejos de sentir.
—Lo sé. —Rugí en la lengua humana. El temblor de sus pupilas delataba su pavor.
—Quiero hacer un pacto contigo, Asmodeo.
—¿Qué puedes ofrecerme a cambio de tu existencia? Llevas tres siglos ocultando tu identidad entre los mortales, pero has enfadado a la gente equivocada.
—Te propongo un cambio de dieta…
—Soy un demonio cazador —interrumpí—. Tu carne me proporcionará placer suficiente.
—¿Y si te digo que tus limitaciones impiden el gozo de placeres que no imaginas? Sé que puedes adoptar forma humana. Hazlo y sígueme.
—No caeré en un truco tan burdo.
—¿Qué tienes que perder? No soy contrincante para ti…
Su zalamería no me engañaba, a la menor señal de trampa lo destrozaría de un zarpazo.
—No intentes nada. Puedo devorarte durante una agonía de horas. No te lo recomiendo.
La advertencia no cayó en saco roto. Hizo un gesto con las manos abiertas pidiendo una tregua. Me picaba la curiosidad y le seguí hasta la estancia en la que él encendió las velas mientras yo lo vigilaba. No se trataba de nigromancia, al fin y al cabo. Era un banquete.
—Debe tratarse de una broma. Te he dicho que soy un carnicero.
—Abre tus sentidos, en especial el del olfato. En esa forma humana eres sensible a los aromas más selectos.
No confiaba en él, mas tenía tiempo de sobra antes de regresar al Portal Infernal. Podía seguir su juego un rato, antes de… Fue como un choque, una lujuria de fragancias que invadieron mis fosas nasales. Venteé con las aletas de la nariz extendidas y me acerqué a la mesa. Él se alejaba con cada movimiento que yo hacía para rodear la mesa, llenando mi visión de colores y formas comestibles en las que jamás hubiera reparado. Había captado mi atención, aunque no lo perdía de vista con el rabillo del ojo. Estaba concentrado en la sinfonía de olores y perfumes prometedores. ¿Y si tenía razón? Cogí un fruto encarnado que rellenaba mi palma como si formara parte de ella. Acaricié la pelusilla de su piel y volví a olerla. Era la quintaesencia de los efluvios. Me atrapaba y me seducía. Temía el momento en que tendría que retornar a la pestilencia del tercer infierno donde residía entre invocaciones. ¿Cómo había podido vivir alejado de perfumes tan sublimes? En medio del éxtasis que me embargaba, percibí el sudor en la frente despejada del hechicero durante la tensa espera.
Me lancé a un frenesí de glotonería. Los sabores, hasta ahora desconocidos, multiplicaban las sensaciones olfativas. Por Lucifer. Empezaba a pensar que lo del Averno era realmente una condena. No había cosas así allá abajo. Mi presa sabía lo que se hacía. Cuando mis sentidos amenazaban con saturarse, se abrió una puerta al fondo. Me puse en guardia de inmediato, dispuesto a pagar con sangre ajena cualquier emboscada. Sin embargo, nuevas sorpresas me aguardaban. Dos mujeres completamente desnudas entraban en la estancia ejecutando con sensualidad los pasos de una melodía que se insinuaba a través de altavoces ocultos. Me quedé en cuclillas sobre la mesa, desde donde podía saltar a la menor señal de traición. Ambas bellezas continuaban su danza sin que mi actitud recelosa las sorprendiera lo más mínimo. Se acercaron por turnos, sin dejar de contonearse al ritmo de esa música que llenaba mis oídos de sensaciones novedosas, desplegando ante mis ojos cada pliegue, cada curva de sus cuerpos flexibles. Tampoco dieron muestras de inquietud cuando, más relajado, me incliné sobre el vientre de la más alta, que en ese momento se estiraba como un felino sobre el tablero de la mesa y abrí mi olfato a un nuevo universo sensorial. Lo que me brotaba del bajo vientre no era ya el furor vengativo o el ansia del cazador nato. Era un calor desconocido, que vigorizaba mi espíritu en cada pulgada de piel. Cada bocanada aceleraba mi respiración conforme mi nariz, ese apéndice diminuto y ridículo capaz de hazañas imposibles para mi hocico diabólico, se deslizaba sin reparos por cada rincón de la joven que pareciera digno de ser explorado. Su compañera de actuación pareció prestarse de buen grado al juego y tuve así la ocasión de poder gozar del solaz de las comparaciones.
—¿Y bien…? —Me interrumpió con osadía el mago. Se estaba confiando.
Con un rugido sincero, detuve el arrebato a regañadientes. Debería haberlo matado por su atrevimiento. Había cumplido lo que ofrecía y, sin embargo… En menos de lo que tarda un pensamiento, tenía mi cara pegada a la suya. Leía el terror en su mirada, incapaz de suplicar por su vida. Había recuperado mi ser demoniaco y le amenacé con una sonrisa llena de colmillos.

Los dedos de una mano, insípidos y sin aroma, eran un justo precio. A mí me lo parecía y, al fin y al cabo, era yo quien tomaba las decisiones. Una mutilación tan insignificante no lo mataría y si me iba a quedar en ese plano de existencia renegando de mis orígenes, sería mejor que contara con alguien que me iniciase en la gastronomía y demás placeres de la vida humana.
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MICROCUENTOS DE VERANO

Literatura


Julián remolonea con la cuchara en los cereales.
—Date prisa, hijo, o llegarás tarde. Me dijo el profesor de Literatura que has mejorado mucho. ¿Te quedarás a estudiar en la biblioteca hoy también?
—Sí, mamá.
—Así me gusta. Que las musas…
—… me encuentren trabajando. Sí, mamá, lo sé. —Su madre siempre repite esa misma frase desde que la ha leído no se sabe dónde.
Julián esconde una sonrisa taimada. Su musa, sí. Ha quedado con ella al salir del Instituto. Llevan saliendo más de un año y ya están terminando el primer libro de relatos eróticos.

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La sombra del roble es alargada…



Le debo mucho más que la vida. Después de que me refugiara en el hueco de su corteza durante aquel incendio que dejó su piel ennegrecida, se convirtió en mi hogar, en mi territorio de aventuras e incluso me proporcionó un lugar donde trabajar en mi telaraña. ¿Cómo no amar a ese viejo roble solitario? ¿Cómo no desear que viva otras cien primaveras y que lo haga en compañía?

Veo cómo esa joven encina, que se siente distinta en el robledal, alarga sus brazos después de cada invierno para buscar su cercanía, su saber y su cobijo. Algún día las sombras de sus ramas se fundirán en una sola.

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