Imagina que te sumerges en el frío de la noche o en el
agua de un lago de montaña, allí donde brota puro. La piel grita por el choque
con el calor de tu cuerpo. ¿Puedes imaginar un dolor que quema sin sol? Es
lluvia blanca que no moja sino esconde. Que transforma las chozas y les roba el
color hasta que no puedes mirarla porque duele en tus ojos incluso después
de cerrarlos.
Extiendes la mano abierta y una de
esas gotas de tejido se posa y te mira, lánguida, hasta desaparecer. Aunque son
débiles por separado, unidas pueden ocultar a un hombre tendido y hacerle
dormir hasta la muerte. Cuando las nubes oscuras se derraman y el sol abandona
el mundo, aturdido, ese manto adquiere la rigidez de la madera y es difícil
quebrarlo. Da miedo, ¿verdad? El mundo pierde sus matices, cubierto por un
sueño del más puro y blanco lino. ¿Cómo encontrarás la senda, tú que transitas
por los caminos de arena de la Tierra Vacía?
A eso, mi buen hermano, lo llaman
nieve.