No les importó el estrépito que armaban ni que aquel
cuarto de baño no fuera de los más limpios. Se necesitaban pese a que se
acababan de conocer. Ella lo había visto cuando, con un bufido, se giró para
contemplar el río de gente que se impacientaba tanto por delante como por
detrás. Él le miraba el trasero y no apartó la vista cuando ella se lo reprochó
con un gruñido. El enfado, dos horas después, se tornó simpatía mientras el
calor les subía por la entrepierna. Ignoraron lo que les rodeaba y acabaron
gimiendo en el aseo.
Cuando retornaron a la fila del paro, tuvieron que
empezarla desde cero, pero daba igual. Ya eran dos contra
el mundo.